La conocí apenas llegué a esta ciudad. A pesar de estar rodeada de gente, ella sobresalía del resto. Una luz especial la cubría y mirá que creo en milagros... pero este me pareció maravilloso. De repente sentí sensaciones olvidadas. Sin esperarlo una tarde apareció en mi oficina y desde allí se nos hizo el hábito de encontrarnos todos los miércoles. Y debo confesarte que me saltearía toda la semana para estar esa horita y media junto a ella. En esa intimidad, ella me cuenta todos sus problemas, me pide consejo. También me enteré que le gusta tocar la guitarra, como a mí, y que los días de lluvia son sus preferidos. En cada palabra suya, me apiado de sus inseguridades, odio aunque no debo, al estúpido de su novio que no sólo no la valora, sino que en el fondo hasta un ciego se daría cuenta que no la quiere. Pero bueno, me tengo que conformar con la delicadeza de su perfume, con la inocencia de su mirada y la perfección de su boca, que con una palabra suya pondría de cabeza mi vida