Ya había cruzado el reino y alcanzó lo que para él era su destino. Desensilló de su corcel, tomó su escudo y su lanza. Su marcha se dirigió hacia la cueva donde se supone que el dragón habita. Atrás quedaron su amada, sus compañeros de armas, su iglesia y su comunidad. Sabe que el combate será desigual, sin embargo confía que no hay rosas sin espinas, y es en esa creencia se basa su ciega fe para conseguir la victoria. Ingresó a paso firme, al final del extenso y oscuro corredor se vislumbraban unas luces, como de una puerta abierta al infierno, un resplandor anaranjado se escapaba del fondo. Cauteloso se acercó y cuando consideró prudente aceleró sus pasos con toda furia para llevar a cabo el combate de su vida. En cambio, no halló ninguna bestia infernal, tan sólo doce hombres desalmados que lo golpearon brutalmente hasta la muerte, bajo la atenta mirada del despótico rey. Después su cuerpo aparecería desmembrado y parcialmente quemado por todo el reino, a los fines