Y
nunca le recordaba lo que no se debía contar. Por ello Ramírez
pensó que contar cómo se encontraba con su amante era anecdótico.
Con detalles cinematográficos describió cómo se encontraban, dónde
iban, la forma de desnudarse, el modo que la pasión los consumía y
las ansias de verse de nuevo cuando se despedían. Sin pestañar, el
impasible doctor mandó a sus asistentes a que le aumenten la dosis
de tranquilizante a Ramírez y que tengan especial cuidado cuando él sale
al patio, pues puede arruinar algunas de las estatuas del manicomio.
La enemistad entre ellos era inmemorial, por ello un duelo era un desenlace esperado. A la hora y lugar señalados, los padrinos y los contendientes estuvieron en posición. Dos disparos, un difunto y un vencedor fue el saldo. Un padrino del caído le entregó una carta del difunto al que quedó en pie. El vencedor tomó una nota cubierta de polvo, sopló sobre ella, y cuando se disipó la nube, leyó: “Por ahora te crees ganador, pero el polvo de esta misiva es venenoso, ponte en guardia, muy pronto seguiremos el duelo.”
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