Son las doce horas, un minuto y quince segundos. El hechizo se deshizo y todo volvió a la normalidad: los briosos corceles pasaron de nuevo a ser ratones, la carroza a calabaza y Cenicienta, semidescalza, sueña con volver a ver al maravilloso hombre que acaba de conocer en la fiesta. Aunque en su interior se lamenta, porque sabe que lo de ellos nunca va a prosperar... él no es príncipe ni tiene fortuna ...
La enemistad entre ellos era inmemorial, por ello un duelo era un desenlace esperado. A la hora y lugar señalados, los padrinos y los contendientes estuvieron en posición. Dos disparos, un difunto y un vencedor fue el saldo. Un padrino del caído le entregó una carta del difunto al que quedó en pie. El vencedor tomó una nota cubierta de polvo, sopló sobre ella, y cuando se disipó la nube, leyó: “Por ahora te crees ganador, pero el polvo de esta misiva es venenoso, ponte en guardia, muy pronto seguiremos el duelo.”
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