Alza la copa y observa el contenido,
de un color amarillo intenso, brillante, con tonos dorados, parecido a
la melena de Clara bajo el sol del mediodía. La agita ligeramente y
comprueba que casi no se perciben las lágrimas en el cristal. Mejor así.
Acerca la nariz y nota el aroma de frutas blancas, como la pera, el
albaricoque o aquella piel saliendo de la ducha. También distingue unos
toques florales, muy tenues, puede que rosa. Prueba un poco y lo
paladea. Dulce, como sus besos; ácido, como su humor; fresco, como su
sonrisa. Una vez engullido, descubre que el sabor es persistente, como
el recuerdo de la última discusión, y con un punto agrio, igual que una
despedida inesperada. Lanza la copa al suelo y se termina la botella de
vino bebiendo a morro.
Víctor Lorenzo Cinca
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