Después de varios meses de ausencia fui al cine El Cairo el domingo a ver Un Paraíso para los Malditos, una película argentina que me atrapó desde la primera vez que vi la cola.
El protagonista es Marcial un hombre callado y frío que se emplea como sereno, pero en realidad vigila la morada de un objetivo que él tiene para ser asesinar. Luego de alcanzar su objetivo su vida cambia radicalmente.
Me encantaron varios aspectos de la película. Uno principal es el planteo de la situación, argumentalmente se insinúa los elementos básicos sin caer en lugares comunes, con un simple lenguaje narrativo el director sabe describir en un par de paneos desde la mirada de Marcial las características del barrio, sus personajes, la fábrica y un misterioso interés por la casa de al lado.
Otro elemento que me fascinó fue el tratamiento de la convivencia del desapego absoluto por el prójimo como para matarlo y a la vez la piedad frente a un desvalido, dualidad que se asoma en Marcial luego que comete el crimen el cadaver sigue ahí mientras el atiende al padre de su víctima. Al tiempo, que él hace un acto de humanidad el director muestra a un cadaver yaciente mientras va a buscar cosas para reconfortar al viejo.
Son mini bloques de significación que crean atmósferas y dan pistas no concluyentes de cómo los personajes terminaron ahí. Digo no concluyentes porque el director supo dejar una frontera borrosa que recortaba a sus personajes, lo suficientemente bien para que tengan caracter, pero con dudas que sólo la imaginación puede llenar.
Leí en varias críticas y de modo muy acertado el tratamiento temporal diferencial, donde las escenas con ternura, piedad e interacción positiva pasaban en el día, en cambio las más sórdidas tomaban cuerpo de noche. La más paradigmática es el almuerzo donde Miriam y su hija, visitan a él y al señor que cuida. Hay plena luz, casi ninguna sombra y suena una música que embriaga de felicidad a Miriam y a su hijita Malena, que empiezan a bailar, de fondo un sonriente anciano y Marcial dentro de lo que puede; intenta bailar, dejando atrás el montículo de tierra removido que lo condena.
Por último, cabe destacarse que el concepto que arroja la película que si uno no puede dejar de ser como es; le queda intentar ser otro, una versión mejor de otro en este caso, pero con los riesgos y responsabilidades que lleva eso.
Creo que Alejandro Montiel ha hecho un trabajo maravilloso, sin grandes efectos pero apelando a un relato sobrio y detallado, demuestra emociones en 3 locaciones (calle, casa y fábrica) de un universo de personajes bien interpretados, que demuestran que la felicidad es posible si la voluntad de serlo existe.
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