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Un Pobre Diablo

Vencido por la rutina, asediado por las exigencias laborales, jaqueado por el stress, apremiado por las obligaciones y hastiado de la monotonía, decidió que era tiempo de tomar vacaciones.
El hecho no era irse a un lugar específico, sino dejar de ser él por un tiempo. Puede que los lugares propicien ciertas situaciones, pero el verdadero descanso empieza muy dentro del alma y se adapta a las locaciones menos esperadas. Con todo, esa fue su premisa y sin pensarlo dos veces, reboleó su traje a un rincón y salió al mundo sin más equipaje que una sonrisa.
Al poco tiempo comenzó a notar el contraste de estos días de ensueño en su pesada cotidianidad. Pues, descontracturado, se permitía licencias que en su día a día eran impensadas.
Y fue allí dónde supo trabar amistades nuevas, tender la mano al necesitado, ofrecer consuelo al sufrido y el hombro al desahusiado. Se extrañó a sí mismo ayudando a quién lo necesite sin pedir nada a cambio, incluso había empezado a sentir la necesidad de amar. Pero el almanaque fue implacable, la buena vida se había acabado y el retorno era inevitable.
Compungido, recoge el traje rojo donde lo había abandonado, se calza los cuernos y la cola, empuñando el tridente reinicia su trabajo.

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