Con inexplicable alegría recoge los harapos de hilos de sus muñecas y tobillos, se arregla su ropita y se alista hacia lo impredescindible. Cerca de la puerta se sienten unos ruidos. Se detiene y deja su cuerpecito tieso, tiene experiencia en ello.
Voces de lamento llenaron la habitación. El titiritero yace en su lecho, inánime y líbido. Le espera una caja de madera. La pobre marioneta sintió congoja y entendió que incluso que aquellos que mueven los hilos no dejan de ser la marioneta de otros titiriteros.
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