Ella sabrá lo que hace. Le prepara todos los días el desayuno con miradas cómplices, y el almuerzo para que se lo lleve al trabajo. También de noche le hace un delicioso entremés de caricias y besos antes de servirle la suculenta cena. Pero el postre del amor ella lo prueba en mi humilde departamento todos los martes y jueves, pues sólo yo sé darle el sabor que ella espera de la vida, aunque sea prohibido y secreto.
La enemistad entre ellos era inmemorial, por ello un duelo era un desenlace esperado. A la hora y lugar señalados, los padrinos y los contendientes estuvieron en posición. Dos disparos, un difunto y un vencedor fue el saldo. Un padrino del caído le entregó una carta del difunto al que quedó en pie. El vencedor tomó una nota cubierta de polvo, sopló sobre ella, y cuando se disipó la nube, leyó: “Por ahora te crees ganador, pero el polvo de esta misiva es venenoso, ponte en guardia, muy pronto seguiremos el duelo.”
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