Se asomó a la ventana a fumar el
cigarrillo de la tarde. Los chicos no tardarían en volver del entrenamiento,
con los deberes a medias, y la cena aún sin preparar. La rutina se pegaba a la
piel de los días y no había manera de quitarle ese olor a rancio, a archivo de
funcionario cubierto del polvo de lustros. De repente se levantó el viento, y
su primer soplido consumió el cigarrillo en un instante. Mantuvo la torre de
ceniza erguida entre los dedos, pero la siguiente ráfaga la derrumbó sin
piedad. Alguien se estaba fumando su vida y apenas se estaba enterando. Aplastó
la colilla en el cenicero. Pidió por teléfono una pizza cuatro estaciones y
brindó con cerveza a la salud de ese enemigo invisible que se ocultaba tras el
reloj de cocina. Al menos podía celebrar que aún era capaz de convertir un
miércoles en viernes.
Purificación Menaya, El rincón de la bruja de chocolate
Lo leí en la Internacional Microcuentista
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