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La Niñera

Buscaron por cielo y tierra , como siempre hacían, hasta alcanzar la candidata perfecta. Aunque nunca supieron cómo, siempre consiguieron a la niñera que ellos consideraron la indicada, la perfecta para su rol.
Y tenía que ser así, pues el pequeño era singular y a la misma vez el tirano de esa casa. Tenía dos años, y aunque su media lengua era acotada, dominaba a sus padres con la destreza de un domador. Sus deseos eran órdenes y ellas eran cuestión de vida o muerte. Por otro lado, la situación ameritó a que las cosas se den así; esperaron tener un hijo por más de una década, siendo objeto de cuanta terapia de fertilidad pudieron afrontar, pero la suerte les mostró siempre su cara más hostil.
La tendencia cambió cuando conocieron en un crucero a un doctor rumano, quien primero supo granjearse su amistad, para luego hacerles una propuesta en el plano profesional. El doctor Turanosfe les prometió el milagro de la vida, de aquella que se enraiza en el propio corazón y que luego lo hace en el seno. Y así fue como se entregaron por completo a las indicaciones . Al poco tiempo, las buenas nuevas llegaron y tras nueve lunas la paternidad se hizo finalmente realidad.
Luego del parto, Turanosfe se hizo invisible y su paradero incierto. Sólo dos cuestiones llamaron la atención de los padres primerizos. La primera fue que el bebé era muy sensible a la luz solar, su humor se veía realmente afectado con su contacto. Por otro lado, el pequeño nació con los cuatro caninos desarrollados. Paralelamente, su conducta se tornó agresiva, no deseaba tomar leche, su hambre no era aplacado con nada que se pudiera conseguir y a sus padres la preocupación por esa situación no les cabía en el cuerpo. El niño crecía, sus características fotofóbicas se acentuaban, también su debilidad y su ferocidad iban en aumento.
Luego de un desafortunado accidente con el personal doméstico, una mucama se cortó con una copa, el niño quedó totalmente alterado y recobró la vitalidad que no tenía hacía tiempo. Hizo las mil y una para que él esté siempre con aquella infeliz, el contacto con ella lo calmaba, lo sosegaba muy a pesar del hambre que tenía. En un momento de descuido de aquella empleada, el niño hincó sus colmillos en las piernas y en un movimiento ágil de espiral siguió subiendo, hasta hallar en el cuello el lugar que más le convenía. Feroz y letal, su instinto le marcó cuál era su real naturaleza. Cuando la madre halló el cadaver y el pequeño sorbiendo del cuello sintió que algo la asfixiaba. Cerró la puerta con llave como quién quiere escapar de una pesadilla, de la que no podrá despertarse. Bajó la enorme escalera que llevaba al estudio de su esposo.
Él sumergido en un sin fin de planillas, se asustó de ver a su mujer en un estado de shock tal, que lo obligó a incorporarse para brindar refugio en su pecho a su alma gemela. Lo que no sabía, era que esos episodios se repetirían cada vez más seguido y jamás se acostumbraría.
La candidata a niñera miraba frontalmente, pero en vez de intimidar transmitía paz a través de sus jóvenes ojos color esmeralda. Ella no tenía más familia que una vieja que ofició de su mamá después que la abandonaron y que muy de vez en cuando pasaba a visitar en un pésimo geriátrico, donde quemaba sus últimos años de vida.
Los padres buscaban cada cuatro meses una niñera nueva, hasta que el pequeño creciera y alguien sin prejuicios, lo pudiera ayudar. Así que inmediatamente después de lo acontecido con la desgraciada mucama, mandaron a construir en el fondo una pequeña vivienda con dos habitaciones, una para la criatura y la otra para la desdichada de turno. Más que una casa era un búnker, casi sin ventanas, con paredes anchas e insonorizadas. Desde el exterior se ingresaba por un estrecho pasillo que dividía en dos aquella construcción. De un lado, se hallaba la criatura que en su comportamiento contrastaba con la ternura de la decoración. Del otro lado, estaba el calabozo de quién sería la comida viva de aquel engendro, pues aunque los padres bien sabían que lo que hacían los condenaría por toda la eternidad, cambiaban todo lo que pudierian tener en este mundo u en otro por aquel milagro que llevaba su sangre.
La nueva candidata reunía todos los requisitos que a los padres les había permitido sortear la crianza de su criatura. - ¿Cuándo empiezo? - dijo la muchacha y ellos se dirigieron una mirada mutua matizada de complicidad y felicidad.
Sin muchos preámbulos le mostraron la casa, dejando para el final el cuarto del pequeño. Mientras la recorrida tomaba lugar, la informaban de las reglas de la casa, la cuales giraban en torno de la vida de la criatura.
Llegó el momento crucial, en el patio trasero frente al dormitorio-matadero. - Él es muy especial quisimos hacerle algo acorde a sus necesidades – dijo la madre pausada, sin decir la verdad del todo, pero ocultándola mucho.
Sin titubeos, la niñera encaró por el pasillo y dobló hacia la habitación del niño. Desde alli dos ojos se recortaban en una oscuridad tenebrosa envuelta en un silencio absoluto. . Desde afuera los padres se toman las manos mezclando al mismo tiempo asombro, horror y satisfacción.
En la oscuridad de la habitación infantil, dos corazones latían desesperadamente; uno apremiado por el instinto de supervivencia, el otro está desconcertado y tembloroso, sabe que algo no está en su lugar, presiente el peligro.
Unas pupilas se dilataban de manera brusca y en las tinieblas sólo podían vislumbrar calma a su voraz hambre. A la criatura se le inundaban las fauces con una saliva espesa y sus músculos toman un tenor inusual.
Ella avanzó muy lentamente, a paso seguro enfrentó la oscuridad y lo en ella pudiera guarecerse. Creía firmente que a pesar de lo lóbrego que podía ser aquél lugar, su deber la llamaba a estar lo más cerca de aquel niño.
La quietud que coronaba la oscuridad se hizo añicos, un alarido desgarrador fue la preparación a varias salpicaduras viscozas, sudor, gemidos y aullidos que llenaron el vacío de aquel rincón infantil.
Aún jadeante, confirmó el éxito de su faena con los dedos: el niño o como quiera que eso era dejó de existir. Con unas sábanas de motivos infantiles limpió la fina hoja de un puñal en forma de cruz, que siempre llevaba debajo de la falda. Era un obsequio de la vieja que la crio, una protección con filo, una metáfora de la vida: de un lado está el control y del otro lado el dolor.
Sintió alivio, y se recostó contra una cuna, pronto se las tendría que ver con los padres. Sin embargo, se tomó un instante para embriagarse de alegría, una especie de cata del éxito. Pues no era para menos, poco a poco su meta iba tomando la forma que había imaginado: borrar de la faz de la tierra a todas esas aberraciones que su padre mal había creado.

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