El idioma de los argentinos ha sido nuestra materia durante este tiempo. Durante el mismo se ha podido comprobar que nuestro modo particular de hablar tiene una sensibilidad propia, que emana de nuestro temperamento y que paralelamente nos distancia del castellano español. Tanto Jorge Luis Borges como Roberto Arlt se explayaron ampliamente sobre esta cuestión.
Resta saber cómo sería el idioma de los argentinos hoy. El idioma puede ser considerado un texto en la medida que crea una trama activa con sus hablantes, que se va modificando con el tiempo y que se interconecta su estructura de manera interna al son de sus propios cambios.“Hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de la cuales es la original: el texto es un tejido de citas proveniente de los mil focos de la cultura.”[1]
Entonces, si la sociedad está compuesta de múltiples focos de donde provienen distintos usos del idioma, no podemos soslayar ninguno de ellos –como en el caso de Borges en relación al lunfardo- porque sería plantear una identidad sesgada. En cuanto a la no existencia de un sentido único entre las distintas culturas que componen la sociedad, no debe concebirse como una incapacidad de entendimiento, sino como un proceso activo de interrelación de significaciones que se van dando en el tejido social.
Y son estos juegos de correlaciones, impugnaciones, críticas y mestizajes los que van generando identidad a una manera de hablar. “La identidad se constituye en el punto inestable donde las `inexpresables´ historias de la subjetividad se cruzan con las narrativas de la historias, de una cultura. En ese pasaje, y a través del sentido de lugar y pertenencia que allí construimos, nuestras historias individuales, nuestros impulsos y deseos inconscientes asumen siempre una forma contingente, en tránsito, que no tiene ni meta ni final.”[2] Este proceso de construcción de identidad, que no es sólido y ni estático, sino es como algo maleable a la forja de la historia, es continúo y emparentado a lo que Arlt consignaba sobre “...las ideas siempre cambiantes y nuevas de los pueblos”. El idioma como no es algo ajeno a la identidad, entra en este proceso con un doble rol: como objeto de cambio y como vehículo del mismo.
Por último, parafraseando primero a Borges y luego a Arlt, ser argentino “debería ser una vocación” que sólo se pone en marcha “por pura prepotencia de trabajo” en el fluir cultural cotidiano de nuestra sociedad.
Si desea consultar las otras partes de este post sobre el idioma de los argentinos, siga estos links:
- 1º Parte: Introducción
- 2º Parte: Contextos
- 3º Parte: Jorge Luis Borges y la clave criolla
- 4º Parte: Roberto Arlt y la recolección de discursos populares
[1] Roland Barthes, “El susurro del lenguaje”; en el capítulo, La muerte del autor, apunte de la cátedra de Análisis del discurso, pág. 69.
[2] Ian Chambers, “Migración, cultura, identidad”, apunte de la cátedra de Seminario I, Carrera Lic. en Comunicación Social, Universidad Nacional de Rosario, pág. 46.
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